HASTA DONDE LA
MEMORIA ALCANZA
Reconstruir
una existencia, por muy singular y destacada que haya sido, no
deja de ser, sin lugar a dudas, todo un ejercicio arriesgado de
interpretación de los datos objetivos, de simulación de las
situaciones entrevistas y de ejercicio virtual de reposición de
una época, de unos personajes, de unos comportamientos.
Estamos en
un periodo de recuperación de la memoria histórica, de una época
y de unos personajes convertidos en insignificancias, en
excrecencias de un proceso histórico, escrito y magnificado por
aquellos que resultaron vencedores tras consumar su traición al
gobierno constitucional y a las leyes emanadas del Parlamento de
la República.
Reescribir
la vida y el significado épico de algunos de estos vencidos ha
sido, está siendo y será, la constante preocupación de
familiares, compañeros, historiadores y estudiosos quienes con
voluntad, informaciones contrastadas y mimbres históricos apenas
reencontrados, han puesto manos a la obra y dado sentido y
reconocimiento moral a la entrega y dedicación de muchos hombres
y mujeres, militantes de las ideas sociales, del obrerismo, de
la democracia, de las ideas progresistas. Hombres y mujeres,
víctimas de las circunstancias dolorosas que alientan las
guerras y también de la incultura, de la intolerancia, del
caciquismo, del fanatismo.
Recuperar
esas historias, es hacer la luz en zonas ensombrecidas de
nuestra propia convivencia, es reconocer en voz alta, los
fantasmas que tenían abducida a nuestra sociedad: el fanatismo
religioso, la violencia del poder económico y social, el
analfabetismo y la falta de educación, la miseria económica y
social en la que se debatían amplios sectores de la sociedad de
mediados del siglo XX.
Es pues esta
tarea, un compromiso de muchos, para evocar, aun estamos a
tiempo, la vigencia de no pocos, condenados al olvido por
voluntad despechada de los vencedores.
Amós Acero es
el nombre del personaje que la memoria histórica ha querido
rescatar de la indiferencia. Un militante destacado, pero un
nombre más a destacar de la represión desatada al término de la
guerra civil. Una figura señalada de un barrio obrero, del
Madrid que resistió durante tres largos años el ataque de los
fascistas, comandados por Franco. Un militante socialista que
tuvo el honor de ser elegido democráticamente como el primer
alcalde del antiguo pueblo de Vallecas. Un maestro que percibió
como nadie la necesidad de hacer hombres y mujeres cultos,
ilustrados. De combatir el analfabetismo, la ignorancia, el
fanatismo religioso. Un trabajador honesto a carta cabal, una
persona moderada en sus convicciones y un artífice de su
historia. Desgraciadamente para todos nosotros, un tiempo de
odios, de enfrentamientos irracionales, de injusticias
manifiestas que se cebaron cruentamente sobre nuestro personaje.
Apenas unas
pequeñas líneas biográficas, una emocionante carta de despedida
a su mujer y a sus hijos, algunas imágenes rescatadas del olvido
desde la Casa del Pueblo de Puente Vallecas resultaban todo el
compendio de cincuenta años de vida.
Un escaso
equipaje, para alguien que había intervenido en la historia de
Vallecas muy activamente, que había representado a los
vallecanos desde su puesto de regidor municipal, que había
dirigido al Partido Socialista local en los momentos más álgidos
y que responsablemente, había tenido que administrar el
ejercicio del poder en momentos de decisiones delicadas, de
enfrentamientos fraticidas, de odios de clase, acumulado tras
decenios de injusticias, de hambruna, de represión contra los
más pobres e indefensos de nuestra sociedad.
Amós Acero
vivió su tiempo con una entereza y una dignidad que nos
recuerdan, en su comportamiento, el temple del “abuelo”,
tipógrafo y fundador del PSOE, Pablo Iglesias.
Destacaba por su
gran decisión y visión del momento político, por su persistencia
a la hora de acometer los grandes proyectos, por su opción
partidaria y formadora de equipos, por su gran honestidad
personal y su tremenda honradez, que le fuera reconocida en
vida, por amigos y enemigos.
Buena prueba de
ello son los testimonios que se recogen en este trabajo
redactados por religiosas, empresarios, personas de “orden”,
adictas al bando nacional, agradecidas por el comportamiento de
Amos, y que para nada fueron tenidas en cuenta a la hora de su
procesamiento y condena a muerte.
Con todas esas
importantes, pero insuficientes pistas Cástor Bóveda se prendó
del personaje y tras cinco largos años de trabajo minucioso y
preciosista- no se imaginan hasta que punto- logró juntar muchas
de las piezas de ese gran puzzle de vivencias hasta presentarnos
el primer retrato veraz, humano, político y entrañable de Amós
Acero.
Viajó al
pueblo de Toledo, cuna de Amós. Asistió virtualmente a sus
primeros pasos, a sus primeras letras, a las vicisitudes
familiares. Reconstruyó con la inestimable ayuda de su hija
Aurora y su sobrina, ahora residentes en Suecia,
aspectos desconocidas de sus progenitores, de su madre, de sus
primeros hijos. Su paso por la Escuela de Magisterio, su llegada
a Madrid, su aterrizaje en Vallecas, su militancia política, su
participación en las reivind¡caciones sociales del barrio, su
compromiso con las instituciones democráticas.
El estallido
de la contienda civil colocó a nuestro personaje entre las
cuerdas. Por una parte su innegable voluntad de respetar y hacer
respetar la Ley y las instituciones. Por otra las dificultades
inherentes al momento político que le tocaba vivir, las
presiones e intereses de las diferentes voluntades políticas,
urgidas por la guerra, los maximalismos de sus correligionarios
y demás representantes de las izquierdas, los “quinta columnas”
residentes en el barrio, el enemigo en ciernes, el de los
militares sublevados y el de los fascistas de camisa azul y
brazo en alto.
Pues bien, en ese
periodo y hasta donde Castor Bóveda ha podido recomponer, se ha
evidenciado la integridad moral, la ecuanimidad y el buen hacer
de quien mantuvo hasta la caída de Madrid, la vara de mando del
Ayuntamiento democrático de Vallecas (Puente y Villa de
Vallecas).
La detención,
procesamiento, condena y fusilamiento de Amós Acero, ha
supuesto un ejercicio de rigor investigador, a partir de
recuperar todo el expediente procesal del Tribunal Militar que
finalmente le condenó, injusta y bárbaramente a la pena de
muerte.
Cuando
finalmente el manuscrito había alcanzado el rigor y la densidad
deseada, familiares de Amós facilitaron a Castor Bóveda, un
álbum de viejas fotos familiares y un hatillo de cartas,
anegadas por el tiempo y por las lágrimas. Documentación básica
para, finalmente, rescatarle con dignidad del olvido y
socializar, así lo hubiera querido él, su memoria.
“Amós Acero, una vida por Vallecas”,
es el trabajo de un periodista de investigación, de un escritor
de vivencias literarias, de un poeta que ambiciona encontrase
con el idealista, con el hombre sensible ante la miseria que le
rodea, con el militante que busca responder con hechos a las
demandas que en su entorno se plantea. Y es que todos esos
rasgos son posibles de encontrar en la biografía, que no
hagiografía de Amós Acero.
El autor del
trabajo escribe no ocultando su admiración hacia el personaje,
pero en esta ocasión, el contraste de informaciones, la estricta
verificación de los hechos, la insuficiencia de los datos hace
que, en muchos casos, se quede algo corto a la hora de
enjuiciarlo.
Difícil descubrir
la lírica en un panorama tan desolador como el evidenciado en la
España del 36. Difícil, pero no imposible. Hay poesía en las
escuelas racionalistas creadas en Vallecas, en las colonias
veraniegas para los hijos de los trabajadores, en la pelea por
la escuela pública con el párroco de San Ramón, don Emilio
Franco. En la defensa del convento de las MM. Franciscanas, del
colegio de la Divina Pastora o de las llamadas monjas Marianas
ante una legión de alborotadores y demagogos que pretendían
incendiar sus conventos, iglesias e instalaciones escolares..
En la creación del Servicio Municipal de Beneficencia y de la
Biblioteca Municipal.
La hay,
igualmente, en el profundo pesar y sentimiento por los crímenes
del tren de Jaén que fue asaltado en el apeadero del Pozo y que
costó la vida a muchos inocentes. Hay poesía en la carta que con
letra inglesa, caligráficamente perfecta, escribirá la noche
antes de morir a sus seres más queridos.
El autor ha
buscado el perfil más humano, por normalidad, por cercanía a las
sensibilidades del hombre y la mujer de la calle. El sentimiento
menos político y por ello más pegado a las preocupaciones del
vallecano de su tiempo.
Amós Acero es un
pedagogo. Es consciente que su misión, además de ejecutar las
decisiones políticas, para eso había sido elegido
democráticamente, es también la de educar. La de facilitar
herramientas del saber, del conocimiento para sacar a la gente
de su ignorancia, de su dependencia de la superchería religiosa
y moral a la que estaba sometida. Amós está intelectualmente
cercano al Leviatán socialista, el que defiende la igualdad de
todos los hombres, que se rebela contra la explotación de hombre
por el hombre.
Su infancia fue un
ejemplo de esfuerzo personal y de toma de conciencia progresiva
de las injusticias que le rodearon, tanto a su familia como a
sus convecinos. El trabajo personal, el sentimiento fraternal
hacia sus semejantes, su generosidad para aquellos que le
rodeaban evidencian la importancia y significación del ser
social que representó Amós. Su encuentro con las cosas naturales
de la vida, lo convierten en un personaje cercano y real. Su
juventud, su primer trabajo, sus estudios, los escarceos
amorosos, la construcción del núcleo familiar, el amor a la
familia, las apreturas económicas en una España carente de
recursos, su dedicación ejemplar a la enseñanza, todo ello
reflejo de una existencia, no por vulgar y cotidiana, menos
extraordinaria.
Amós, padre de
familia numerosa, maestro, activista social, diputado, alcalde,
reo de los facciosos. Diferentes facetas del extraordinario
personaje que vuelve a tomar cuerpo de la mano del investigador
para erigirse en un monumento actual a la moralidad pública, al
ejemplo político y a la recuperación de la memoria colectiva de
las personas de bien de nuestra historia más reciente.
Alcalde
democrático de Vallecas de 1931 a 1934, por votación popular,
fue destituido de su puesto de regidor, por reacción de las
derechas, asustadas por el brote revolucionario de Asturias y
temerosas del protagonismo adquirido por nuestro personaje y por
que no, como revancha del proceso judicial que les había
planteado Amós Acero por cohecho y defraudación a los intereses
de los vallecanos. No volverá a asumir ese cargo hasta 1936,
fecha en el que el triunfo del Frente Popular le restituirá en
sus queridas obligaciones. En esas elecciones fue también
elegido Diputado a Cortes Constituyentes, cargos que ostentaría
hasta su detención en 1939 en el puerto de Alicante.
Militante de
la FETE ( Federación Española de Trabajadores de la Enseñanza),
se afilió en 1927 al PSOE, siendo firme propagandista de todo el
movimiento de las escuelas racionalistas, las viejas escuelas
laicas que pusiera en marcha el pedagogo Francisco Ferrer en
1921.
Amós, accedió a su
trabajo como maestro en un panorama desolador para la escuela
pública. En 1908, tan sólo funcionaban en Madrid 144 colegios
públicos que atendían a 11.000 niños. Por el contrario 346
centros dirigidos por la Iglesia Católica reunían a más de
23.000 alumnos. Un 64,4% de la red de escuelas existentes en
Madrid eran privadas.
Amós se
encontró con más de 30.000 niños sin escolarizar entre los 6 y
los 12 años, un 50% de toda la población escolar madrileña.
Escuelas en las que cada maestro debía atender a más de 100
alumnos, con una media de 64 niños por maestro.
Con la
educación en el punto de mira de su acción política, Amós se
empeñó en 1911 en la creación de la escuela laica de la calle
Pablo Iglesias en el Puente de Vallecas. Sólo 115 alumnos,
agrupados en tres clases, sostenidos y financiados en los libros
y materiales por la Sociedad de Oficios Varios y del Baluarte
(metalúrgicos). Una escuela sin dogmas con la única finalidad
de: “moldear a los ciudadanos, haciéndoles responsables en sus
obligaciones y firmes en sus derechos”.
Fue el
ejercicio de la docencia que nos reveló en él un ser especial.
Valoración que pronto cundió entre muchos trabajadores y vecinos
de Vallecas testigos de su eficaz actividad social, que sería
refrendada en las diferentes citas electorales en este municipio
independiente de Madrid.
Hablamos de un
periodo de reactivación social y de emergencia de las escuelas
krausistas, de la Institución Libre de Enseñanza, de
profesionales altamente motivados con la pobreza moral y el
analfabetismo galopante que se enseñoreaba de nuestro país. Un
periodo en el que florecieron escuelas y agrupaciones sindicales
con una orientación progresista, lo que contribuyó a potenciar
la enseñanza en Vallecas y a mejorar la figura denostada de los
maestros de escuela.
Sólo en los años
de la República, Amós triplicó el número de colegios públicos y
generalizó las iniciativas pedagógicas que alcanzaron a una
buena parte de los hijos de los trabajadores, elevando el listón
educativo y abriendo las expectativas de estudios, profesionales
y personales. Lástima que la Guerra Civil desbaratase ese gran
esfuerzo propiciado en los cortos periodos de gobierno de la
República.
En “la
pequeña Rusia”, como así se conociera al municipio de Vallecas,
antes y después de la contienda civil, Amós Acero tuvo la
oportunidad de trabajar con legiones de familias trabajadoras,
con una amplia corriente del pensamiento anarquista, socialista,
republicano e incipiente comunista de la época.
Por encima de
las luchas fraticidas entre las diversas corrientes de la
izquierda por dominar el espacio de la política, por controlar
el rumbo de la guerra contra el fascismo, Amós Acero, como
alcalde y militante socialista y ugetista, imprimió una práctica
sosegada, defensora de la dignidad de la política, ajena a las
diatribas entre opciones de familias políticas que transitaban
en el PSOE: ni largocaballerista, ni prietista.
Su política
moderada, ajena a los extremismos ideológicos, vino a
representar una norma de conducta para muchos de sus
conciudadanos que vislumbraban en él un punto centrado de
radicalidad, justo en esos momentos en los que era determinante
una voz firme, pero al tiempo, con la capacidad y tono adecuado
para reencontrar el camino de la cordura y el acuerdo político.
Respetuoso con las
ideas ajenas, pero en todo momento consecuente con el origen del
conflicto entre las dos Españas: la necesidad de administrar la
cotidianidad y el deseo compartido por la mayoría de los
vallecanos, de que la insurrección facciosa fracasase.
La derrota de
la IIª República y el temor de los vencidos a la venganza de los
franquistas no era gratuita y aconsejó la huida fuera de España.
Ya en el puerto de
Alicante, estando a la espera de un barco que nunca llegaría,
Amós fue detenido y recluido en el campo de concentración de
Albatera, junto al municipio de San Isidro, una antigua huerta
de granados, ahora desértico, con altas alambradas que
circundaban los 18.000 m2 de su extensión y unos potentes focos
que hacían invulnerable el recinto carcelario.
Este reconvertido
campo de concentración, fue construido en 1937, por las
autoridades de la República que llegaron a concentrar 1.012
reclusos dedicados a tareas de construcción de caminos, obras
públicas y a las recogidas de diversas labores del campo.
En esta
ocasión y junto con Amós otros, entre 18.000 y 20.000 presos,
que representaban todo el abanico de ciudadanos y personalidades
de todos los campos y profesiones que purgaban por su lealtad al
legítimo Gobierno Constitucional.
Entre los presos
que acompañaron a nuestro personaje, se encontraban el poeta
Marcos Ana, el historiador Manuel Tuñón de Lara, el escritor
Ángel Gaos, el que más tarde sería Presidente del Tribunal
Constitucional de la Democracia, Manuel García Pelayo o
periodistas como Manuel Villar, director de “Fragua Social”,
Aselo Plaza, redactor jefe de CNT, el rector de la Universidad
de Valencia, don Juan Bautista Pesen y Eduardo de Guzmán, Manuel
Navarro Ballesteros, Director de Mundo Obrero, David Antona,
Gobernador Civil de Ciudad Real, Antonio Trigo, Gobernador Civil
de Madrid, Rafael Henche, Alcalde de Madrid, Jesús Rodríguez
Vega, Secretario General de UGT, Herberto Quiñones, organizador
del PCE después de la guerra y centenares de militares y
políticos venidos de toda España y sufriendo en sus carnes los
coletazos de la represión.
Albatera fue
una prueba muy dura, tanto para Amós, como para el resto de
prisioneros que sufrieron la disentería, el paludismo, las
diarreas y los estreñimientos, el hambre y la sed, el asedio de
piojos, pulgas, chinches y mosquitos y las inmundicias de tanta
concentración humana y de una alimentación precaria que repartía
una pequeña lata de sardinas para 6 personas. Albatera fue
clausurado en octubre de 1939, cuando los prisioneros fueron
devueltos a sus lugares de origen y la represión física diezmó
las necesidades penitenciarias.
Mientras Amós
era víctima de la farsa legal que, ignorando todas las
evidencias le paseaba de cárcel en cárcel, hasta llegar a ser
dictada su sentencia de muerte, la represión se cebaba en su
querida Vallecas.
Miles de
vallecanos encerrados entre las tapias del antiguo campo del
Rayo Vallecano, esperaban el filtro y la represión de los
tribunales franquistas, erigidos contra la masonería y el
comunismo.
Muchos, como Amós,
pagaron con su vida por el simple hecho de haber sido leales a
la República. Otros, iniciaban su peregrinaje por penales,
cárceles y trabajos forzados para satisfacer el ansia de
venganza y la falta de escrúpulos de los vencedores. En las
familias trabajadoras el miedo a la represión era evidente. Con
alguno, sino todos los hombres huidos, se iniciaba un periodo de
lucha por la supervivencia de muchas madres de familia,
obligadas a sacar adelante a la prole, con el permanente temor a
la visita de los matones, con las frecuente requisitorias para
presentarse a dar cuentas ante el cuartel de la Guardia Civil,
con los rapados de pelo, las dosis de ricino y el aislamiento de
algunos vecinos, por miedo de ser tachados de rojos y desafectos
al Régimen.
Pese a esa
cruda realidad, también vivida en otras muchas partes del país,
en Vallecas se alimentó de manera soterrada pero eficaz, unos
fuertes lazos de colaboración y apoyo que sirvieron de alimento
moral para ese largo tránsito que representó la dictadura
franquista. Está por escribir esa realidad de la dura posguerra
y los lazos de solidaridad y apoyo mutuo que engendró la
desesperación de los vencidos.
En los
primeros días de la posguerra, en noviembre de 1939. la Falange
Española Tradicionalista y de las JONS, como botín de guerra,
ocupó la Casa del Pueblo, de la calle Concordia, que cinco años
antes había construido la UGT y en la que, tantas y tantas
veces estuvo Amós como protagonista de asambleas, sesiones de
trabajo y discusión de los socialistas vallecanos. La sede a
pocos pasos de la Casa Consistorial de Puente de Vallecas, se
verá “asaltada” por los vencedores, que con ayuda de un capellán
castrense, exorcizará con agua “bendita” las instalaciones para
liberarla de los malos espíritus, de la influencia de los rojos.
Después, en el
Bulevar, todavía sin urbanizar y cubierto de tierra, celebrarán
una misa de campaña con cientos de camisas viejas, banderas
falangistas, requetés, bandas de trompetas y tambores y las
autoridades en pleno, presidido por el Jefe Provincial del
Movimiento, Carlos Ruiz. Un acto para intimidar, para dejar
constancia de quienes son los nuevos amos, para doblegar las
ansias revolucionarias de muchos de los habitantes de este
municipio de Vallecas.
Los relatos
biográficos, tienen además del elemento recuperador de la
memoria, una función didáctica destinada a las nuevas
generaciones de ciudadanos y de políticos. Esta de Amós Acero,
nos sorprende por su vigencia, por la capacidad de hacernos
conocer al personaje, de vivir sus vicisitudes, de aprender de
los errores y sobre todo, para hacernos fuertes y exigentes en
cualquiera circunstancia de la vida.

Amós Acero es
un ejemplo político, un personaje que se hace querer y respetar.
Uno más de los que dieron ejemplo con su vida de un proceso de
entrega y generosidad hacia los más débiles, a los más
machacados de la sociedad vallecana.
Amós Acero debiera
ser recordado por las nuevas generaciones, como lo que realmente
fue, un luchador, un entregado a la causa de la clase obrera, un
socialista convencido de la validez universal de su ideología,
de su mensaje vital, de la bondad de los hombres, aunque esa
misma confianza le entregara a las manos de sus verdugos. Como
dijera Antonio Machado: “Fue, en el mejor sentido de la palabra,
bueno”.
En la última
carta dirigida a su mujer y a sus hijos, horas antes de su
fusilamiento es donde mejor denotamos esa categoría humana, ese
talante de personaje consecuente hasta el final: “Estoy
viviendo las últimas horas de mi vida y mi alma se va tras de
vuestro recuerdo para llevaros toda la grandeza de mi cariño.
He tenido mala
suerte; no ha servido la limpieza de mi vida y la nobleza de mi
ejecutoria, para impediros este desenlace de dolor y lágrimas.
Me voy del mundo
con la satisfacción y el orgullo de haber cumplido con mis
deberes, sin daño ni quebranto de nadie. Sembré el bien por
doquier hasta entre mis adversarios. La vida me recompensa así.
Me siento orgulloso de encontrarme superior a los demás. Sentid
también vosotros este digno orgullo mío, y que él sea el
lenitivo que enjugue vuestras lágrimas y ahuyente vuestra pena.
No me duele morir,
siendo inocente, lo doloroso sería morir culpable”
José Molina Blázquez
(Junio 2009) |