La
ciudad adolece de silencio y de nubes
en un abril que empieza a reptar por las calles.
Los
ciudadanos huyen tras oleajes y arenas,
turistas semanales guiñan flashes y escupen
los jóvenes ostentan hormonas y sonrisas
para envidias de soles, para solaz de ajenos
transeúntes celosos de pasadas caricias.
Mientras
los vagabundos hurgan en las cabinas
tras monedas perdidas y olvidados silencios.
Las lagartijas beben lágrimas sordas,
sin atender el latir de los sueños ajenos.
Anhelante
remuevo el café y el deseo,
nervioso porque pronto llegará el
autobús
que te traerá a mis brazos
sedientos
como siempre, sedientos como nunca.
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